Mensaje
18°
Domingo de Pentecostés – 18 de Septiembre del 2016
Leer: Jeremías 8:18 – 9:1 - 1
Timoteo 2:1-7 - Lucas
16:1-13
El texto del
Evangelio de hoy es la evidencia de que la Biblia –como afirma el P. Leonardo
Félix- “no funciona como recetario de cocina, tampoco
como manual de instrucciones para ver qué hacer cuando los papeles se queman o
cuando ya probamos todo lo demás”. El texto bíblico puede ser bastante más
complejo y amerita, la mayoría de las veces, mucho estudio y reflexión.
Debemos
decir que el pasaje está compuesto por la parábola que cuenta Jesús (16:1-8),
el cierre y primera “enseñanza” dada por el amo (16:8), una segunda “enseñanza”
dada por el mismo Jesús (16:9), y unos comentarios finales también de Jesús,
que parecen haber sido agregados aquí por la mano redaccional debido a la
cercanía temática (16:10-12).
Repasemos
brevemente entre todos este pasaje, ¿Qué nos llama la atención?
Lo
primero que nos suele llamar la atención y que complica este texto es que el
mayordomo malo sea alabado por el amo, cuando en realidad esperaríamos que le
recrimine su accionar. ¿Será que Dios quiere que seamos malos e injustos? ¿Será
que Jesús fomenta la malversación de fondos? Seguro que no, porque iría en
contra de todo lo que ha venido predicando acerca del Reino de Dios a lo largo
de su ministerio.
Los
personajes que intervienen en esta parábola son tres: el amo, el mayordomo
injusto y los deudores del amo. Hemos dicho más de una vez que la riqueza de
una parábola radica en la posibilidad de pensarla y aplicarla desde los
diferentes personajes. Esto multiplica su contenido y profundiza su alcance. En
esta oportunidad, les invito a que reflexionemos ubicándonos siempre en el
lugar del mayordomo. Esto no quita que cada uno, cada una, luego haga el
ejercicio reflexivo desde otro
personaje. Bien, como el tema es la mayordomía, vamos a encararlo desde tres
ópticas diferentes:
1. La mayordomía en la creación:
Desde
esta óptica, rápidamente podemos advertir que nuestro Dios Creador es el amo.
No es simplemente el dueño de todo, sino que es el creativo e inventor de todo
cuanto existe. Hay un valor agregado en esta idea, porque Dios no es como un
amo que compra cosas que otros hacen. Dios hace cada cosa, cada planta, cada
animal, cada mineral, cada paisaje, cada ecosistema, diseña los procesos
químicos, físicos, biológicos, de todo lo que existe. Ahora, Dios confía todos
y cada uno de sus bienes para que los administremos con cuidado y responsabilidad.
Es decir, que al ser humano le cabe la tarea de preservar el patrimonio del
Dios Creador, y en todo caso, colaborar para que ese patrimonio se acreciente.
Esto es lo que deberíamos hacer quienes quisiéramos ejercer una mayordomía
responsable de la Creación. Pero, al Dios Creador le han contado que somos
mayordomos malos e injustos, que derrochamos sus bienes, que desmontamos
grandes superficies de tierra, que dejamos correr el agua sin razón, que
utilizamos productos contaminantes sin ni siquiera ruborizarnos, que el aire ya
no es 100% puro, que destruimos los suelos y llenamos todo de cemento. Y
además, el Dios Creador se ha enterado que lucramos a costa de su patrimonio
buscando nuestro propio beneficio. Y Dios dice: “¿Qué es esto que me dicen de vos?
Rendime cuentas porque ya no vas a ser mi mayordomo, mi mayordoma”. Dios nos
quiere echar.
Y aquí,
el mayordomo actúa con astucia y sagacidad. El mayordomo es quien hace de
intermediario entre el amo (con sus bienes) y la gente (sus deudores). Entonces,
el mayordomo se transforma es un estratega y comienza a ayudar y a beneficiar a
las demás personas con los bienes de su amo, pero especialmente con su propia ganancia
sobre esos bienes (los historiadores del mundo bíblico afirman que los
mayordomos normalmente no recibían un jornal, sino que vivían de un porcentaje
sobre la ganancia que conseguían a sus amos). Este mayordomo astuto pierde su
ganancia personal administrando la creación en su sólo y propio beneficio, para
beneficiar a los otros, quienes lo rodean y conseguir así, que los otros –al
estar mejor y verse beneficiados/as- eventualmente lo reciban en sus casas. Ha
sido un mal mayordomo que no ha cuidado los bienes de su amo y que ha vivido
aprovechándose de sus semejantes para estar mejor. Pero ahora, por temor,
comienza a hacer bien las cosas, y termina siendo alabado por su amor.
¿Qué clase de mayordomos y mayordomas hemos
sido, somos y queremos ser de la Creación? Porque Dios nos está pidiendo
cuentas.
2. La mayordomía de nuestros bienes:
En la
mirada anterior, pensamos especialmente en la creación y en todo lo que Dios
hizo y que nosotros y nosotras podemos disfrutar. Desde la óptica de la
mayordomía de nuestros bienes, tenemos que señalar que Dios es quien nos da
todo cuanto poseemos. Es decir, Dios nos da todo lo que podemos disfrutar.
Nuestra formación y todo lo que aprendemos en el camino de nuestra vida es un
bien que nosotros disfrutamos. También Dios nos ha prestado, o nos ha dejado
administrar, bienes materiales: casa, ropa, auto, muebles, electrodomésticos,
herramientas, bajilla, libros, instrumentos musicales, etc. En esta óptica
debemos advertir que todo lo que tenemos y creemos poseer no nos pertenece,
sino que Dios nos lo ha dejado administrar. Que es muy distinto a que nos
pertenezca.
En
esta óptica, a Dios también le vienen a contar que no estamos siendo
administradores justos ni administradoras justas. Y Dios nos viene a pedir
explicaciones. Y nos pregunta acerca de lo que venimos ganando en nuestro
propio beneficio, a costa –en gran medida- de que otros no puedan disfrutar ni
tener las mismas oportunidades y cosas que Dios nos ha dejado administrar. Una
vez más, nosotros y nosotras, funcionamos como intermediarios entre el amo y
los deudores, entre Dios y las demás personas. Y en esa intermediación que
llevamos adelante, nos quedamos con más de lo que nos pertenece. Nos
enriquecemos y nos beneficiamos a costa de las demás personas.
Pero
el mayordomo injusto, por temor a quedarse en la calle, sin poder administrar
nada, cambia de actitud. Pone de lado su propio enriquecimiento a costa de los
demás, para ganarse su simpatía. Esta actitud es alabada en la parábola, por el
amo.
Juan
Wesley tiene un sermón titulado “El uso del dinero”[1] y allí
afirma:
“…en el presente estado de la humanidad,
el dinero es un obsequio excelente de Dios para satisfacer los fines más
nobles. En las manos de sus hijos, representa comida para el hambriento, agua
para el sediento y vestidura para el desnudo. Provee dónde reclinar la cabeza
al viajero y al extranjero. Por él podemos ofrecer a una viuda sustento como el
de un esposo, o apoyo como de un padre a quien no lo tiene. Podemos ser defensa
al oprimido, un medio de salud al enfermo o alivio a quien sufre dolor. El
dinero puede ser ojos al ciego o pies al cojo. Si, puede alzar de las puertas
de la muerte”.
¿Qué clase de mayordomos y mayordomas
hemos sido, somos y queremos ser todos los bienes que Dios nos ha dado? Porque
Dios nos está pidiendo cuentas.
3. La mayordomía de la gracia y el amor de
Dios:
Finalmente
les propongo una tercera óptica desde la cual acercarnos a esta parábola: La
mayordomía de la gracia y el amor de Dios. El amo es nuestro Dios. Él nos ha
dejado administrar sus bienes mayores: su gracia y amor para toda la humanidad,
es prácticamente un tesoro. Y también le llegan comentarios a sus oídos de que
no estamos siendo ni administradoras ni administradores justos. Y Dios nos pide
que le demos cuenta de nuestra mayordomía.
¿Por
qué propongo esta óptica? Porque los pasajes del Evangelio de los Domingos
anteriores, daban cuenta de lo que Jesús tenía que decir a raíz de los
comentarios de escribas y fariseos respecto del tipo de personas que se
acercaban a Jesús y con las cuales él –además- elegía comer.
Desde esta
óptica, tenemos que advertir que los cristianos y cada uno de nosotros y
nosotras somos administradores de la gracia y el amor de Dios. ¡No es poca
cosa, es muchísimo! Démonos cuenta que Dios ha elegido evidenciar su gracia y
amor por toda la humanidad a través nuestro. Es decir, que si fallamos en
nuestra mayordomía, la humanidad puede no percibir la gracia y el amor de Dios.
El
mayordomo injusto de la parábola se beneficiaba a costa de los demás, y por
ende, los demás debían afrontar costos muchísimos mayores. Esto también puede
sucedernos. Podemos disfrutar del amor y la gracia de Dios, pero hacerle
difícil a otras personas, acceder a ese amor y a esa gracia. Podemos disfrutar
del amor y la gracia de Dios, pero ponerle cincuenta condiciones a las personas
que quieran recibir algo de ese amor y gracia divina. ¿Qué costos tendrán que
pagar las personas para recibir el amor y la gracia de Dios que pretendemos
seguir administrando? ¿Hasta cuándo vamos a disfrutar alegremente de la gracia
y el amor de Dios a costa de que otros y otras –que no nos simpatizan ni
entendemos tanto- no puedan llegar a disfrutarla? Dios va a venirnos cuentas…
¿Qué clase de mayordomos y mayordomas
hemos sido, somos y queremos ser del amor y la gracia de Dios? Porque Dios nos
está pidiendo cuentas.
P. Maximiliano A. Heusser
Córdoba, Argentina.
[1]
Juan Wesley “El uso del dinero” en: Wesley, Juan Obras Completas,
tomo III. Ed. Wesley´s heritage foundation. Miami 1996
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